Una dulce y pequeña historia del Caribe

19.09.2012 17:07

El fondo de un vaso pequeño, cómo de los de carajillo, se cubre con azúcar rojo de caña, sin refinar. Algo así cómo una cucharadita de café. Se añade una rodaja de limón verde, a ser posible de aquellos pequeños, menos amargos, que provienen del Caribe. Se remueve lentamente con el objetivo de que se mezclen dulcemente. Se vierten dos dedos de ron blanco agrícola. Se observa con detenimiento y se agita suavemente en la mano sin dejar de mirarlo. En esencia, el ti’punch está listo, a punto para beber.

El ti’punch, el pequeño ponche en creole, es toda una institución en las pequeñas Antillas, especialmente en las francesas, en Martinica y en la Guadalupe. Es el aperitivo por excelencia, imprescindible antes de cualquier colación.

Cristóbal Colón no fue, desde luego, el primero en probarlo, pero sin saberlo, transportó en su segundo viaje a las Américas, lo que serían las simientes de una futura industria. El Almirante divisó tierra un 2 de noviembre de 1493. La llamó Deseada. El mismo día volvió a ver tierra. Esta vez, en honor a una de sus principales carabelas, la llamó María Galante. Al día siguiente desembarcó en una nueva isla, llamada por las tribus caribes que la habitaban Karukera, la de las bellas aguas. La bautizó con el nombre de Santa María de Guadalupe.

 

Los españoles se ocuparon poco de las Antillas menores. Para eso estaban franceses, ingleses y holandeses. En 1635 los primeros se harían cargo de la Guadalupe y otras islas. También se ocuparon de sus habitantes, pero no durante muchos años.

Pero volviendo al azúcar, la caña transportada por el Almirante se fue extendiendo por las islas. Crecía bien en un clima favorable. Un dominico francés, el padre Labat, tuvo la ocurrencia de destilar la planta. Los ingleses, en Barbados, hacían lo mismo, así como los españoles en Cuba, La Española o Puerto Rico, aunque los procedimientos fuesen distintos.

© J.L.Nicolas

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