Ícaro en Ronda

31.03.2017 11:12

La ciudad malagueña es fundamentalmente conocida por la garganta del Guadalevín que separa sus barrios y el Puente Nuevo que los une a través de sus altísimos arcos. Es una imagen que los grabados de David Roberts se encargaron de difundir en los años en que el Romanticismo puso de moda los paisajes orientalizantes y de ruinas del pasado. Sin embargo, otros hijos ilustres que nacieron en los años del apogeo de Al Ándalus han sido más reconocidos en Oriente que en su propia tierra.

En los albores del siglo IX, cuando el emir omeya Al Hakam I regía los destinos de Qurtuba, nació en Ronda un infante al que darían el nombre de Abulqasim Abbas Ibn Firnás, quizás una de los personajes más interesantes en el Al Ándalus de la época. El joven Abbas pronto se interesó en las artes y ciencias que se desarrollaban en el Emirato. Aprendió música, poesía y filosofía. También realizó estudios científicos en los campos de la química, la física y la astronomía.

Al emir Al Hakam le sucedió Abderramán II en el 822. Eran años de esplendor cultural en Al Ándalus. Se introdujo la numeración decimal arábiga y se amplió la mezquita de Córdoba, pero también tuvo lugar la rebelión de los arrabales de Córdoba y los vikingos visitaron Sevilla. El nuevo emir hizo acuñar moneda en la ceca, unos relucientes dírhams de plata que llevaban su nombre en el anverso. Ibn Firnás empezó a frecuentar la corte cordobesa, aunque se cree que antes había visitado Florencia para ampliar sus conocimientos. Al reinado de Abderrahman II siguió el de Muhammad I en el año 852 y Ibn Firnás siguió en la corte. En sus años cordobeses introdujo una nueva técnica en la fabricación y el tallado del vidrio, desarrolló un planetario en su propia casa y diseñó y creó una clepsidra, que en griego significa ladrón de agua, un preciso reloj de mecanismo hidráulico completado con autómatas móviles. Para Abderramán II construyó la primera esfera armilar, o astrolabio esférico, del que se tiene conocimiento en Al Ándalus, un instrumento útil para fijar las longitudes y latitudes del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas fijas. 

El historiador cordobés Abu Marwan Hayyan Ibn Jalaf Ibn Hayyan hizo referencia a su persona en un par de obras, en Al Akhbar fil dawla al Amiriya, o Crónica de los Emires y en Al Muqtabis fi tarikh al-Andalus. Ibn Hayyan lo definió como “un sabio refinado, hábil filósofo, brillante poeta, astrólogo inspirado y veraz, sensato y penetrante en sus excelentes pensamientos, lleno de inventiva y capacidad de innovación”.

Pero Ibn Firnás destacó especialmente por ser un precursor de los ingenios voladores de Leonardo da Vinci y un modesto predecesor de los hermanos Wright. Según Ibn Hayyan “se las había ingeniado para volar, vistiéndose de plumas sobre seda blanca, y añadiéndose unas alas de estructura calculada”. Hizo tejer un traje al que añadió unos largueros a modo de alas al que incluso incrustó plumas de rapaces como decoración. Se sabe que trató repetidas veces de mantenerse en el aire con sus ingenios. En una ocasión se lanzó desde un minarete de la capital con una especie de lona a modo de paracaídas. En otras, con su artefacto alado se dejó caer por los acantilados del valle cordobés de la Ruzafa, logrando mantenerse en el aire planeando durante unas decenas de minutos. Todo un éxito, aunque no era extraño que sus ensayos acabasen con alguna fractura ósea.

En el mundo árabe se le tiene como el primer héroe que intentó vencer a la fuerza de la gravedad. En la avenida que conduce a uno de los aeropuertos de Bagdad hay una estatua que le recuerda como el primer aviador árabe, nacido en Al Ándalus. En Libia se le dedicó una serie de sellos de correos y hay un cráter lunar al que se bautizó con su nombre. En su tierra, en Ronda, un centro astronómico y un club de aviación se llaman Ibn Firnás; en Córdoba el último puente construido para cruzar el Guadalquivir, inaugurado en enero de 2011, representa con sus dos arcos las alas abiertas del ingenio volador del andalusí.

Muerto el aeronauta y extinto el Califato, siguieron los tiempos convulsos de la fitna, la guerra civil y de las revueltas auspiciadas desde las cercanías de la ciudad por Ibn Hafsun. Posteriormente el clan de los Banu Ifren estableció la primera Taifa de Ronda en 1015, hasta que cincuenta años más tarde se integró en la de Sevilla. Es durante esos años cuando en Ronda se construye la mayor parte del que hoy es su patrimonio arquitectónico histórico.  

La ciudad se dotó de murallas para protegerse a sí misma y a sus arrabales. Hoy en día se conservan completos largos tramos de lienzos, así como sus cinco puertas. Desde los baños, junto al arroyo de las Culebras, en el antiguo barrio del arrabal viejo, hoy llamado de San Miguel, asciende la cuesta que conducía a la Medina. Los baños árabes de Ronda son los mejor conservados de la península. El hammam sigue la misma pauta que empleaban los romanos en la construcción de estos servicios públicos. Una zona de recepción y tres de baños en función de la temperatura del agua. El salón principal, de tres naves, se reservaba al agua templada. Arcos de herradura construidos de ladrillo sostienen las bóvedas del mismo material. Numerosos tragaluces garantizaban la iluminación del local.

Dejando atrás el arrabal viejo se llega a la primera puerta, llamada de la Cijara o Zixara, que comunicaba la judería con la ciudad. Hacia el sur se abren las de Esparteros y la de Almocábar, esta última, protegida por torreones semicirculares, en las estribaciones de la antigua necrópolis, de ahí su nombre, Al Maqabir, junto a ella se levanta la maciza mole de la iglesia del Espíritu Santo, que, como otras, había sido mezquita. La muralla occidental o de la Albacara, se abría en las puertas del Viento y en la de los Molinos o del Cristo.

Una vez en la medina, dominada por una alcazaba que ya ha desaparecido, las callejuelas medievales conducían hasta la mezquita aljama que, tras la conquista cristiana en 1498 se convirtió en la iglesia de Santa María la Mayor. De la mezquita ha llegado hasta nuestros días el arco del mihrab, de estilo nazarí, decorado con atauriques de yeso. Tiene una curiosa fachada de balconadas superpuestas a modo de palcos. En la cripta exhibe una interesante colección de facsímiles de incunables: el Códice de Manchester, Las Muy Ricas Horas del Duque de Berry o la Biblia de Tours que recuerda a las iluminaciones de los incunables gaélicos de Irlanda. A la fachada de la iglesia está unida la Caseta de la Torre, un pequeño edificio mudéjar encalado que había sido una capilla aislada de la nave principal.

De otra mezquita se conservó el minarete de ladrillo, que fue posteriormente el campanario de la también desaparecida iglesia de San Sebastián, en la plaza del poeta Abul Bacca. Asimismo, de origen nazarí es la Casa del Gigante, un palacete que conserva las yeserías de las arcadas y del salón principal. Debe su nombre a las estatuas que decoraban las esquinas del edificio, de las cuales solo queda una. Otra mansión nazarí es el Palacio de Mondragón. En él residió el último rey benimerín de Ronda, Abd al Malik, antes de que la taifa fuese anexionada por el reino de Granada. Su último ocupante fue el gobernador Hamet el Zegrí. Tiene un precioso patio interior mudéjar del siglo XVI que da acceso, a través de una puerta de arco de herradura, a un jardín andalusí con buenas vistas sobre el barrio de San Francisco. Hoy alberga el Museo de Ronda. Asomando a la garganta del río, la Casa del Rey Moro alberga en su interior la Mina árabe que podía abastecer de agua la ciudad en caso de sitio y a la que se accede descendiendo más de doscientos peldaños de una escalera tallada en la roca. El resto del edificio, del siglo XVIII, fue propiedad de la duquesa de Parcent, doña Trinidad Schultz y sus jardines fueron diseñados por el arquitecto francés que pensó los de María Luisa en Sevilla o los del Bois de Boulogne en París, Jean Claude Forestier.

Más modernos son los palacios del Marques de Salvatierra y el de los Marqueses de Moctezuma, el primero fue cedido tras la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos en 1485, a Don Vasco Martín de Salvatierra, posee una espléndida fachada barroca con influencias de las mansiones indianas, con tallas de figuras masculinas que sacan la lengua a los transeúntes al tiempo que las femeninas se cubren pudorosamente. El segundo debe su nombre a los herederos del último emperador azteca Moctezuma Xocoyotzin.

En la calle de los Dolores, adosado a una vivienda, se halla el Templete de la Virgen de los Dolores, una capilla abierta que data de 1734 en la que las columnas que la soportan representan a diversos personajes, todos ellos con una soga atada al cuello, se dice que aquí los reos condenados a muerte elevaban sus últimas plegarias antes de ser ajusticiados.

Una parte de Santa Teresa de Jesús reposa en la ciudad, concretamente una mano, la izquierda, conservada incorrupta en un relicario. Parece ser que desde que se exhumaron sus restos en el siglo XVI y las Carmelitas Descalzas de Ávila recibieran el precioso relicario, este fue pasando de mano en mano hasta que definitivamente se depositó en la iglesia de la Merced.

Mano tuvieron también los diestros que desfilaron por la plaza de toros de Ronda, una de las más antiguas y bellas de la península con su doble circulo de arquería que puede acomodar a cinco mil espectadores. Aquí se retrató en 1959 Hemingway junto al Niño de la Palma, Cayetano Ordoñez.

Tres puentes unen ambas orillas de la garganta. El más antiguo y de menor altura enlaza el barrio de San Miguel con la calle Molino de Alarcón. Se llamó Puente Romano, Puente Árabe o Puente de las Curtidurías. El Puente Viejo, de un solo arco, es de origen árabe, aunque fue completamente reconstruido en 1616. Sobre él circula la calle Real. Durante años se le llamó puente Nuevo, hasta que el nuevo Puente Nuevo le dio su nombre actual: Puente Viejo. Este lleva al Arco de Felipe V, una puerta de 1742 que probablemente sustituyó a otra más antigua en el lugar que se conocía como el Sillón del Moro. Concluido (el más nuevo) en 1793, tras cuarenta y dos años de trabajos, con sus espectaculares vistas sobre la ciudad y a casi cien metros de altura sobre el lecho del Guadalevín, se ha convertido en el icono de la ciudad.

Hubiera sido una perfecta, aunque peligrosa, plataforma de lanzamiento para los ensayos de Ibn Firnás.

© J.L.Nicolas

 

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