De Karachi a Benarés

25.03.2013 10:12

Me dirigí al agente de aduanas para comunicarle que dado que había de permanecer en el país y conocedor de que el articulo estaba prohibido debía depositarlo en la oficina hasta recuperarlo a la partida. Le alargue la mano con la botella de blended, por su expresión parecía haber visto al mismísimo diablo. Bajó la mirada hacia la botella, trató de cerrar los ojos sin pestañear y nerviosamente entró y salió del pequeño habitáculo para comunicarme que debía dirigirme a otro funcionario en un despacho próximo. Seguí sus amables indicaciones y fui para allá botella en mano.

El segundo funcionario se comportó de un modo aun más asustadizo que el primero. No salió corriendo porque estaba paralizado por el temor. Nervioso pero aun amablemente me indicó el camino para encontrar al funcionario de aduanas al cargo de estos resbaladizos asuntos. El proceso se repitió dos veces más. Durante el tiempo que había invertido en la inútil gestión podía haber acabado el contenido de la botella. Además era un blended barato comprado en un duty free de Dubai El último funcionario visitado sugirió, también amablemente la dirección del despacho correcto, que una vez visitado casi todo el aeropuerto de Karachi, resultó ser la oficina del primer interlocutor. Parecíamos viejos amigos. Final y sabiamente sugirió guardar la botella en la mochila y marchar como si no hubiera pasado nada.

Más allá del episodio del whisky giróvago, y más allá del desierto del Thar, se extiende el Rajastán, la tierra de los rajputs, los treinta y seis clanes de hijos de reyes, descendientes de Rama y de Krishna, que una vez dominaron el norte de India. Por sus carreteras circula todo tipo de vehículos, incluso precarios  carromatos tirados por dromedarios.

Jaipur, la ciudad de piel rosada parece teñida de azafrán y de especias, encerrada tras una muralla accesible por siete puertas. Jaipur es una ciudad relativamente reciente. La ordenó construir Jai Singh II en 1727, durante el apogeo del Imperio Mogol. Príncipe erudito concibió la ciudad como un ente animado. Sus siete puertas simbolizan los cinco sentidos más el espíritu y la persona. En el centro del recinto amurallado se levanta el palacio de la ciudad, un vasto conjunto de estancias, jardines, patios y templos. Cerca está el Hawa Mahal, el palacio de los vientos. Su elegante y particular fachada, también rosada, es una curiosa mezcla de elementos arquitectónicos hindúes y mogoles, plagada de semicúpulas y más de medio millar de ventanales, a través de cuyas celosías se ocultaban las miradas inescrutables y curiosas de las princesas rajput. Enfrente, junto al Johari bazar, se agolpan los rickshaws tirados a golpe de pedal esperando pacientemente un viajero a quien transportar.

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© J.L.Nicolas

 

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