De Tartessos a Iberia

03.11.2018 11:04

A los antiguos griegos y fenicios debieron fascinarles los mitos y el misterio que envolvían las tierras desconocidas de Occidente, la existencia de un mar ignoto, más allá de las columnas de Hércules o un jardín llamado de las Hespérides y una tierra o un pueblo cuyo nombre era Tartessos. Aunque no hay que engañarse, los mitos esconden intereses, en este caso los metales, provinieran de las minas onubenses o de la ruta secreta que llevaba hasta las lejanas explotaciones de Cornwall y Gales.

A finales del siglo XIX, Tartessos no era más que ese mito aunque tuviera ecos de verosimilitud en los escritos clásicos, los relatos más próximos a la mitología trazan tres líneas de personajes, la de Gerión, relacionado con los trabajos de Hércules, uno de los cuales trataba precisamente de robarle el ganado como narra Estesícoro de Himera en la Gerioneida y que lo sitúa en Tartessos, mientras Hesíodo lo ubica en Eriteia, Cádiz; la de Norax, hijo de Hermes y de Eritia, a su vez hija de Gerión, se le atribuye la fundación de Nora, en Cerdeña; y el mito de Habis, transmitido por Cneo Pompeyo Trogo en Historiae Philippicae et Totius Mundi Origines et Terrae Situs quien cita a un rey más antiguo llamado Gargoris, a quien atribuye que “inventó la costumbre de recoger la miel”. En resumen, mitos que no dejan de transmitir la evolución de la humanidad desde la recolección de alimentos hasta la agricultura y la ganadería.

Más próxima a la realidad parece la existencia del rey Argantonio, sobre la que Heródoto narra la amistad existente entre este y los griegos foceos, hasta el punto en que, ante la embestida de Persia en Asia Menor, les ofrece ayuda para levantar murallas o para acogerlos en Tartessos. Es común la mención a las riquezas y al comercio de minerales. Éforo de Cime, en Historia Universal, menciona que el bronce de Tartessos era conocido en Olimpia, aunque, en general, era más apreciada su plata; Avieno va más allá al señalar, en Ora Maritima, que comercian con los confines del orbe conocido, en las islas británicas: “Tartessisque in terminos Oestrymnidom negotiandi mos erat”. (“Los Tartesios acostumbraban también a comerciar hasta los confines de los Estrímnides”).

La corroboración, o la voluntad de encontrar pruebas físicas de la existencia de una cultura tartésica no llegara hasta la aparición de personajes iluminados como el alemán Adolf Schulten, quien inspirado por los descubrimientos arqueológicos de Heinrich Schliemann i Wilhelm Dörpfeld en Troya y en Micenas, tratara de emularlos buscando una ciudad perdida en Doñana o en la desembocadura del Odiel, reflejando sus tesis en Tartessos und Atlantis, en 1927. No fue así. Fue necesario que pasaran más años para que empezaran a emerger algunos indicios, escasos y poco explícitos, de la cultura que afloró en el sudoeste peninsular. No sería hasta septiembre del año 1958 cuando se descubriría el Tesoro del Carambolo, en el yacimiento de ese nombre en Camas, Sevilla, un fantástico conjunto de veintiuna piezas de orfebrería trabajadas en oro de veinticuatro quilates que, se cree, se emplearían en sacrificios rituales. A este seguirían otros, como las ruinas de construcciones, posiblemente templos o palacios y también túmulos de enterramientos, en Tejada la Vieja, Huelva, el Cerro de la Cabeza, Santiponce, o, a lo largo del Guadiana medio, los cerros del Tamborrio, Borreguero y, en 1978, Cancho Roano, al margen de piezas como el llamado Bronce Carriazo, el Tesoro de Aliseda o los candelabros de Lebrija. Aunque aún hoy en día hay pocas certezas sobre Tartessos, lo que es indudable es la influencia que recibió de los primeros exploradores fenicios y griegos y la que posteriormente tendría en el desarrollo de los pueblos iberos del sur de la península. 

 

© J.L.Nicolas

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