La Línea Pérez

09.07.2023 11:17

Acabada la Guerra Civil y con la incierta evolución de la Segunda Guerra Mundial en Europa, el nuevo gobierno fascista español decidió crear una línea defensiva a lo largo de los Pirineos para prevenir una potencial invasión de la península. 

Entre 1944 y 1957 el nuevo régimen invirtió una desconcertantemente exagerada inversión de recursos en la creación de una línea de defensa que, aun sin emular las líneas Maginot o Sigfrid, reliquias europeas de la Primera Guerra Mundial durante la llamada guerra de trincheras, dotó a la frontera pirenaica de una infraestructura de más de cinco mil posiciones fortificadas que ha perdurado intacta hasta la actualidad.

En realidad, el proyecto original contemplaba la construcción de hasta diez mil búnkers y otros tipos de fortificaciones que, conectados, aunque fuera visualmente entre ellos y agrupados en centros de resistencia, cubrían casi al completo la frontera con Francia entre el Golfo de Vizcaya y el Mediterráneo. El proyecto, diseñado por el general Rafael García Valiño, por entonces Jefe del Estado Mayor del Ejército, se denominó Línea P o Línea Pirineos, aunque también fue conocida como Línea Perez o Gutiérrez, probablemente por los apellidos de los ingenieros militares que participaron en su desarrollo. La creación de la estructura defensiva obedecía más al temor de una invasión  aliada contra el régimen de Franco que de una intervención alemana que quisiera involucrarlo al lado de las fuerzas del Eje. Por descontado la existencia de tropas republicanas residuales que habían cruzado la frontera tras la derrota o de contingentes de maquis que resistían en las montañas, no era considerada una amenaza lo suficientemente peligrosa que justificara semejante despliegue.

El coronel retirado Arcadio del Pozo consideraba que el propósito de la línea era evitar a cualquier enemigo del norte la posibilidad de entrar en España. Este enemigo del norte para poder entrar hubiera tenido que preparar un ejército numeroso, un ejército poderoso y desgastarse mucho antes de penetrar por cualquiera de los puntos de la línea. En realidad del diseño original apenas se completó la nada despreciable mitad: más de cinco mil fortificaciones, que, en algunas zonas de difícil defensa no descartaba la cesión de territorio al enemigo.

Se levantaron de cuatro tipos distintos que, en general se construían con hormigón y hormigón armado empleando encofrados e intentando aprovechar, cuando era posible, la orografía del terreno, incluso excavando en la roca algunas posiciones para reforzar el camuflaje. En el archivo municipal de Puigcerdá aún se conservan documentos que atestiguan el paso de doce mil hombres que durante siete años trabajaron en las obras más cercanas al lugar. Consta que cobraban una peseta, un bocadillo y un vaso de vino diarios más dos paquetes de tabaco semanales.

Las construcciones más numerosas corresponden a los nidos de ametralladoras que precisan menor espacio y que cubren un amplio ángulo de tiro, las mirillas se recubrían de madera para evitar el rebote de las balas. Las posiciones de artillería requerían lógicamente mayores dimensiones, suelen disponer de una gran sala con la abertura adecuada para la artillería pesada, otra sala para almacenar la munición y el equipamiento y, en algunos casos se acondicionaron para acoger, además, a una guarnición que, en ocasiones, podía llegar a los veinte hombres. Otro tipo de posición artillera carecía de cubierta y estaba ideada para instalar artillería antiaérea o piezas de mortero. En algunas de ellas aún se distinguen las guías concebidas para desplazar el armamento. Un último tipo de búnker se dedicaba a puestos de observación y comunicación. Para estos se privilegiaban puntos elevados con un amplio campo de visión, como el Roc de l’Aliga, en Músser, en el Pirineo de Gerona, desde el que se domina claramente el paso del rio Segre junto a la población de Martinet. La situación de las posiciones garantizaba que se pudiera efectuar fuego cruzado entre ellos, otros, más cercanos entre sí, se comunican mediante galerías y corredores subterráneos, multiplicando los puntos de tiro.

Las guarniciones que debían ocupar las fortificaciones, en un caso de necesidad que no llegó nunca – quizás excepcionalmente durante algún ejercicio militar -, estaban acuarteladas en Figueras, Jaca y Pamplona y en algunos cuarteles menores de montaña.

En 1953 se estrenó en las salas de cine españolas el largometraje de Luís García Berlanga Bienvenido Míster Marshall. Era un reflejo de las primeras ayudas económicas estadounidenses al régimen del dictador en 1951 y de los Pactos de Madrid de 1953 por los que el gobierno cedía cuatro bases militares a Estados Unidos a cambio de apoyo económico y militar.  El enemigo exterior había desaparecido y como reconocía, en junio de 1996, el entonces general retirado José Luís Aramburu Topete: Se siguió un poco por inercia, pero ya se vio que no iba a servir para nada y conforme la política europea fue progresando pues en absoluto y por eso actualmente no tiene ningún valor.  

A pesar de su desuso los búnkers se han conservado en muy buenas condiciones a pesar del avance de la maleza. En algunos casos se han empleado como almacenes de leña o de herramientas campestres. Más recientemente otros, como el de Coll de Banyuls, en la Sierra de las Alberas, casi al final de los Pirineos, se han adaptado como refugios para excursionistas, en otros, como los cercanos a Martinet, en la Cerdaña, se han habilitado para ser visitados y explicar su razón de ser.  

© J.L.Nicolas

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