Las Damiselas de Sigiriya

04.03.2014 15:27

A veces me quedo observando, en el salón de mi casa, una tela que compré hace unos años en un mercado del ramo en Negombo, Sri Lanka. Es un batik que el paso del tiempo y sobre todo la exposición a la luz ha decolorado de un modo notable. Se percibe particularmente sobre las tintas negras. 

En él, dos jóvenes, esbeltamente rubenescas y ricamente tocadas componen, de cintura para arriba, una escena áulica, de corte palaciega. Ambas parecen del mismo estrato social, enjoyadas de un modo bien parejo. Una ofrece a la otra una bandeja de nenúfares, esta ya ha tomado uno que sostiene en su mano izquierda. Sus miradas se pierden en el espacio sin encontrarse. La escena está calcada de otras similares, pintadas al fresco, que se hallan en Sigiriya.

Sigiriya, o Sihagiri, la Roca del León, es una enorme mole, de doscientos  metros de altura y una superficie en la cumbre de una hectárea y media, situada a medio camino de las antiguas capitales Anuradhapura y Polonnaruwa. Obviamente se ve de lejos y es inolvidable. Una vez albergó palacios reales y una fortificación. Según las crónicas del Mahavamsa, principal fuente escrita que recopila los  hechos pasados en la isla, el complejo fue construido por el rey Kashyapa entre el 477 y el 495, tras el asesinato de su padre, el rey Dathu Sena. A la muerte de Kashayapa, Sigiriya se convirtió en un monasterio budista que perduró hasta el siglo XIV. Durante el reino de Kandy, en el siglo XVII, antes de la colonización inglesa, se empleó como fortificación avanzada. Luego volvería a caer en el olvido. No sería hasta el año 1831, en que el mayor del ejército británico Jonathan Forbes, adscrito al 78º regimiento de Highlanders descubrió las ruinas entre la maleza que las había recubierto. A partir de 1890 se iniciarían los trabajos de los arqueólogos.

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© J.L.Nicolas

 

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