Los Maestros Fatimíes

13.12.2012 17:50

Qairuán tiene una medina asequible. No es demasiado grande y es remarcablemente relajada. Las alfombras cuelgan de las fachadas encaladas y de los repuntes de marquetería que engalanan las ventanas en un azul celeste muy claro. Los comerciantes se sientan pacientemente a la sombra, en la calle, frente a sus negocios, a la espera de un cliente.

Cerca de Bab Tunis, la puerta de Túnez, al final de la avenida 7 de Noviembre, se hacinan colgados todo tipo de enseres de plástico frente a maniquíes que recuerdan a los de un comercio de Singapur o Hong Kong, pero, con facciones semíticas, lucen la moda femenina árabe más moderna junto a atavíos de corte clásico, maletas de viaje, manteles y otros tejidos.

En el recinto amurallado de la medina está la Gran Mezquita, también llamada de Sidi Oqba Ibn Nafi Al Fihri, fundador de la ciudad en el año 670. Quizás en disputa con Qom, en Irán, o Nayaf, en Iraq, Qairuán rivaliza con ellas por ser la cuarta plaza más venerada en el mundo islámico, tras La Meca, Medina y Jerusalén. Cuatrocientas catorce columnas soportan buena parte de la construcción. No hay dos iguales. Todas proceden de antiguos templos romanos y bizantinos. Capiteles de distintos órdenes se alinean uno junto a otro en una interminable sucesión de ocres rojizos. Junto al mimbar, azulejos de Bagdad, madera procedente de la India, y a su lado, inscrito sobre el mármol en caligrafía kufí, los cuatro versículos de la antepenúltima sura del Corán. La de la Unicidad de Dios.

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© J.L.Nicolas

 

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