Megalitos Pretéritos

22.11.2012 10:26

Desde el anverso de las briznas de hierba aun recubiertas por el rocío la mirada se eleva sobre la superficie enmohecida de la piedra. Recorre los poros y las estrías de la piel de granito hasta encontrarse con una grieta incontestable que no es más que la separación entre dos bloques ciclópeos. El que crecía verticalmente se ve interrumpido por otro que sigue un camino distinto. Horizontalmente reposa sobre un tercer bloque formando un trilito. El alba en el solsticio de verano comba el color de la luz y traza una línea invisible entre el dolmen y un menhir no muy lejano. A la inversa el efecto se repite el 21 de diciembre,  durante el solsticio de invierno.

A pocos metros los automóviles circulan indiferentes por la A303, que une Londres con el suroeste de Inglaterra y por la A344, formando un triangulo que envuelve el célebre círculo de piedra, el conjunto megalítico más importante y espectacular de Europa: Stonehenge. Nadie sabe aun con certeza porqué ni para que se arrastraron ingentes volúmenes de piedras, las más pequeñas, de cuarenta toneladas, desde Marlborough Downs, a treinta quilómetros de distancia, y las llamadas piedras azules, desde las Preseli Hills, al oeste de Gales a más de 240 quilómetros, para erigirlas aquí.

Las primeras referencias escritas a Stonehenge se encuentran en Historia Anglorum de Henry de Huntington y en History of the Kings of Britain de Geoffrey de Monmouth, ambas del siglo XII. Este último considera que el círculo megalítico del Wiltshire era un monumento alzado para conmemorar una antigua batalla entre sajones y britanos y transportado desde Irlanda por el mago Merlín. En el manuscrito Roman de Brut del poeta normando Wace una ilustración, la más antigua que se conserva en la que figure Stonehenge, muestra a un gigante ensamblando uno de los trilitos. Durante el romanticismo se vinculó el lugar, como tantos otros conjuntos megalíticos, a los cultos de los druidas celtas, como hizo William Stukeley en Stonehenge, a temple restor’d to the British Druids, publicado en Londres en 1740. Stukeley, fanático de toda historia con connotaciones célticas, no dudaba en disfrazarse de druida para hacerse retratar en los grabados de la época.

Las culturas que erigían megalitos también se extendieron por la península ibérica, y las islas del Mediterráneo occidental, donde se conoce el estilo de las construcciones como arquitectura ciclópea. Más recientes en el tiempo corresponden al fin del Neolítico y al inicio de la Edad del Bronce. El geógrafo e historiador griego del siglo I, Estrabón, hablando de un templo dedicado a Hércules situado en el actual cabo San Vicente remarca que “...allá no hay ningún altar de Hércules ni de ningún otro dios, sino piedras en muchos lugares dispuestas en hileras de tres o de cuatro..”. En 1772 el hispanista y viajero Richard Twiss observa que en la ruta entre Oporto y Almeida existen agrupaciones de piedras que, en menor medida, le recuerdan aquellas de Stonehenge. También en el siglo I Diodoro de Sicilia señala que los antiguos habitantes de las islas Baleares apilaban piedras sobre las tumbas de sus muertos. En Menorca son notables las estructuras de nave invertida denominadas por ese motivo navetes. La Naveta des Tudons perfectamente conservada y sobre la que también pesan leyendas, es el ejemplo perfecto en las proximidades de Ciutadella. Otro tipo de construcciones característico son los llamados talaiots en los que un bloque se soporta en equilibrio horizontalmente sobre otro y a los que se supone alguna relación con algún tipo de ceremonia funeraria en el que el cadáver seria expuesto a la intemperie o incinerado. Algunos poblados, situados habitualmente sobre colinas, como el de la Torre d’en Galmés o el de Trepucó estarían habitados en tiempos de la conquista romana.

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© J.L.Nicolas

 

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