Molokai

28.08.2020 09:48

- ¿Jack qué?

- London, Jack London.

   Y el hombrecillo giró la espalda y sin molestarse siquiera en despedirse ni en mirar hacia atrás abrió la puerta y se fue. Tan fugazmente cómo había aparecido.

   El hombrecillo en cuestión era un lugareño, medio hawaiano, medio caucásico, aunque lucía un porte que no hubiera desdeñado una película neorrealista italiana: vestía una camiseta imperio con rastros de boloñesa y unos pantalones cortos que le sobrepasaban las rodillas. Redondo. Muy redondo. Había entrado en la lavandería por la misma razón por la que yo lo hice: lavar la ropa. Tan pronto me vio se mostró sorprendido de hallar un forastero en la mismísima capital: Kaunakakai. Tras escudriñarme por el rabillo del ojo finalmente se decidió a dirigirme la palabra y la pregunta ineludible que me formuló no podía ser otra: ¿Qué diablos estaba haciendo allí? La primera respuesta era inevitable: ¡Lavar la ropa! Y era coherente. E incluso pareció, al principio, razonablemente satisfecho. Al fin y al cabo, él había venido por la misma razón... hasta la lavandería, por supuesto. Más allá de la lavandería la pregunta que había hecho merecía una respuesta más concluyente: ¿Qué diablos estaba yo haciendo allí? Opté por no repetir la respuesta tal cómo él hizo con la pregunta. Estaba de vacaciones, y unos años antes había leído alguna novela o algún cuento corto que relataba alguna historia acaecida en Molokai. Mi curiosidad me había llevado a desplazarme hasta allí. Y una vez allí, por una cuestión mundana, hasta la lavandería. El autor al que me refería era London, Jack London.

   El hombrecillo de las manchas de boloñesa no dejaba de tener una cierta parte de razón en sorprenderse. En la década de 1980 Molokai era, con perdón, el culo del mundo. Nada que ver con el turismo que atraían el resto de las islas, Waikiki, Pearl Harbor, Maui o Kona. Y a mediados del siglo XIX todavía lo era más.

   Al norte de Molokai hay una planicie completamente aislada del resto de la isla originada por lo que debió de ser el cráter de un antiguo volcán. La pared sur constituye uno de los acantilados más altos que existen junto al mar en el planeta. La península se llama Kalaupapa. Se dio a conocer al mundo mediante un acta aprobada el 3 de enero de 1865 por el rey de las islas, Kamehameha V, para prevenir la expansión de la lepra. El ministro del Interior, como presidente del Departamento de Salud ordenó reservar un espacio de titularidad pública en el que poder atender de manera aislada a los afectados por el mal de Hansen. Ningún otro lugar en el archipiélago reunía mejor esas condiciones que la llanura de Kalawao, en Kalaupapa.

   El vicario apostólico de las islas, Louis Desiré Maigret, creía necesaria la presencia de la Iglesia entre los leprosos, pero la lepra era, a mediados del siglo XIX, considerada una enfermedad incurable y contagiosa, así que enviar a un religioso a la colonia era equiparable, en la práctica, a una condena a muerte.

   Un sacerdote belga destinado en la misión de North Kohala, el Padre Damien, decidió ir voluntario a Molokai. Damien llegó el 10 de mayo de 1873 a reunirse con los leprosos que ya vivían en Kalaupapa. Del alrededor de mil cien personas que trabajaron desde entonces con los enfermos, el Padre Damien fue la única que contrajo la enfermedad. Murió en 1889, dieciséis años después de llegar a la isla.

   Ese sentimiento de condena fue corroborado por el periodista norteamericano Charles Nordhoff, quien visitó en 1875 el lugar. Nordhoff escribió: “Quien es enviado a Molokai es declarado civilmente muerto. Su mujer, en aplicación del dictamen del juzgado correspondiente, tiene garantizado el divorcio y puede casarse de nuevo, sus propiedades serán administradas como si estuviese muerto”. A pesar de eso el mismo Nordhoff también describía el trato óptimo que se dedicaba a los enfermos enviados a Molokai. El gobierno les proveía alojamiento y manutención en la colonia.

   Lo mismo confirmaría Jack London cuando la visitó en 1908: “Los horrores de Molokai, tal como habían sido descritos en el pasado, no existen (...) He visitado durante una semana el asentamiento en compañía de mi esposa (...) no nos hemos apartado de los leprosos, al contrario”.

   Más de ocho mil personas fueron enviadas a Kalaupapa desde 1865. La ley de Kamehameha V fue derogada en 1969, pero todavía no existe carretera que conecte la península con el resto de la isla.

   Recogí la colada y marché hacía el hotel para acabar de releer el artículo de London.

© J.L.Nicolas

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