Venecia o la Teoría del Laberinto
Λαβύρινθος, Labýrinzos: en antiguo griego significa lugar del hacha de doble filo. En tiempos de la civilización minoica el Labros fue el hacha que simbolizó la ciudad de Knossos y por extensión del mito del hijo de Pasífae, del Minotauro, insigne habitante del dédalo de callejuelas del palacio cretense. De ahí proviene etimológicamente la palabra laberinto.
Es posible encontrar laberintos en multitud de lugares y tiempos distintos, desde los laberintos petroglifos del neolítico a los jardines franceses del Renacimiento elaborados con trabajados setos. Siguen reconociéndose en lugares cómo los pavimentos medievales de la catedral de Chartres, la del Duomo de Florencia o incluso en la de la Salute en Venecia.
Las antiguas representaciones de los laberintos describen un recorrido continuo con una entrada y una salida, sin conceder opciones al engaño ni permitir alternativas inviables. O muestran mapas, cómo el del Templo de Salomón en Jerusalén, el de la ciudad de Jericó en el siglo XIV de Alisha ben Avraham o el concéntrico de la fabulosa capital de la Atlántida. Circulares o cuadrados, pero todos ellos con un desarrollo que generalmente consta de siete hileras simétricas, con un principio y un final. A partir de aquí es posible investigar dónde reside su significado oculto: un laberinto es un periplo gnóstico, un diagrama que muestra el desarrollo en la evolución del conocimiento, una metáfora, en la que, en ocasiones, se produce la paradoja de que la entrada es también la salida. La metáfora del laberinto aplicada a Venecia significa que para ir de un lugar a otro no basta con la orientación, es preciso el conocimiento para no acabar frente a un impasse de agua o en un cul-de-sac llamado corte o patio.
El concepto de laberinto en el cual es posible perderse, de los ramales sin salida, de las veredas que retornan a su origen, y de la solución única es sensiblemente moderno y, a pesar de que del mismo modo se le puede dotar de un sentido simbólico, suele poseer un cierto componente lúdico. Frente al laberinto primitivo ofrece el emblema de los dilemas existenciales, la posibilidad de la elección, el placer del instante de la duda. Para el filósofo Walter Benjamin el laberinto es la patria del que duda.
Jorge Luís Borges en uno de sus cuentos del Aleph, Los dos reyes y los dos laberintos narra la venganza de un rey de los árabes a quien un rey de las islas de Babilonia trató de extraviar en un laberinto de escaleras, puertas y muros. Años más tarde el rey árabe abandonó al de Babilonia tras tres días de camino en otro laberinto, este absolutamente exento de muros, carente de vericuetos, sin referencias de ningún tipo, ni siquiera entrada y tampoco salida: el desierto, la nada.
© J.L.Nicolas